Palabras para el doctor Frankenstein (Margaret Atwood)

Cuando visité en 2018 la muestra sobre «Frankenstein» en la Biblioteca Nacional, me traje un librito llamado «Palabras para el doctor Frankenstein» por Margaret Atwood (El cuento de la criada) y con ilustraciones de artista canadiense Charles Patchen. Me pareció muy lindo y se me ocurrió transcribirlo en el blog, ya que no lo vi en ningún lado en español.

I.
Yo, como actor
en el   tenso escenario, resplandecía
bajo la luna fluorescente. Inclinado
sobre la mesa, enmascarado. Vi
el objetivo de mi propósito: el vacío.
El aire se llenó de un éter de aplausos.
Mi muñeca se prolongó en bisturí.

II. 
La mesa es una estepa vacía,
estéril como la libertad absoluta. Aunque, miren esto:
un brusco giro de la mano,
como quien desenrosca la tapa de un frasco,
y hete aquí un esqueleto vivo,
mi propiedad privada, todo redondo,
en la bandeja frente a mí,
rojo como una granada,
cada célula una luz ardiente.

III.
Lo rodeo, enfrento
a mi rival. La cosa
se rehúsa a ser moldeada, palpita,
como levadura. Clavo el bisturí,
la cosa se resiste.
Se disuelve, gruñe, brota toscas zarpas;
el aire se ensucia de sangre.
Salta. Corto
con delicada precisión.
Los especímenes
en fila sobre las estanterías, aplauden.
La cosa cae, pum. Un gato
diseccionado.
Ay secreta
forma del corazón, al fin te tengo.>

IV.
Ahora te adornaré.
¿Qué te gustaría?
¿Firuletes barrocos en los tobillos?
¿Un ombligo de plata?
Soy el tejedor universal
tengo ocho dedos.
Te complico la vida;
te enredo con cordajes intrincados.
¿En qué trama te envolveré?
Gradualmente te defino.
¿Qué ecuación grabaré,
encerraré en tu cráneo?
¿De qué tamaño te haré?
¿Dónde pondré tus ojos?

V.
Loco de habilidad estaba yo:
a ti te hice perfecto.
En vez debiera debido elegir
enroscarte como una semilla pequeña,
confiar en comienzos. Ahora
tiemblo ante esta bandeja de resultados;
meollo y cáscara, la carne intermedia
ya pudiéndose.
Estoy frente al dios
destruido:
escombros de tendones
nudillos y músculo desollados.
Sabiendo que eres obra mía
¿cómo puedo amarte?
Estos archivos de tiempo posible
despiden miedo como un tufo.

VI.
Te levantas, larva amortajada
en la carne que te di;
yo, que no tengo por manta
más que una blanca tela de piel
huyo de ti. Tu eres escarlata,
humano y deforme.
Te han privado de comida,
estás hambriento. No tengo nada para darte.
Me envuelvo, corriendo,
en una capa de lluvia.
¿Cuál fue mi voraz motivo?
¿Por qué te hice?

VII.
Reflejo, has robado
todo lo que te hacía falta:
mi alegría, mi capacidad
de sufrimiento.
Te has transmutado
en mí: soy ahora
mero vestigio, insensible.
Ahora me acusas de ser una sesino.
¿No entiendes
que soy implacable?
Sangre de mi cerebro
eres tú quien ha matado a esa gente.

VIII.
Ya que me atreví
a intentar estos impíos prodigios
debo perseguir
a esa fiera que alguna vez
negué era mía.
Sobre esta llanura invernal
y vacía, el cielo es cáscara negra;
avanzo bajo ella, una fría
nuez de dolor.
Trazo grandes mensajes de rescate
en la nieve sólida;
en vano. La vaina de mi corazón
es un estómago. Soy su alimento.

IX.
El monstruo luminoso
retoza allí delante,
eléctrica su crín:
este es su auténtico lugar.
Baila en círculos sobre el hielo,
sus pies rapaces
alumbran fuegos desgreñados.
Su felicidad
es ahora la presa misma:
la delinea con luz,
sus pasos la contienen.
Yo soy el adusto cazador
necesario para sus tramas,
agazapado, royendo el cuero.

X.
La criatura, sus cerdas árticas
erizadas, se despereza
contra el oscuro cielorraso,
sus patas puestas en los horizontes,
haciendo rodar al mundo como bola de nieve.
Resplandece y dice:
Doctor, con mi sombra
agitándose sobre la mesa,
cuelga usted de la correa
de su propio deseo;
su necesidad brota dientes.
Me libera usted de un tajo
y dice que fue
Creación. Sentí el cuchillo.
Ahora quisiera usted sanar
la grieta en su costado,
pero yo me retraigo, acecho.
Y no vendré cuando me llame.

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